viernes, 10 de septiembre de 2010

¡Invierno vuelve YA!

2 comentarios:

  1. Porque nadie puede saber por ti. Nadie puede crecer por ti. Nadie puede buscar por ti. Nadie puede hacer por ti lo que tú mismo debes hacer. La existencia no admite representantes y la verdadera felicidad es la certeza de no sentirse perdido en este camino que llamamos vida.
    Firmado: trebol de la suerte! =)

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  2. Narciso era un joven muchacho, tan hermoso que hasta las deidades del Olimpo celaban su belleza. Un día, mientras tomaba agua en un estanque, Cupido fue mandado por los dioses para herirlo con una de sus flechas. Así fue como Narciso se enamoró de su propia imagen; tanto, que ninguna otra persona volvió a parecerle atractiva, aunque todas seguían enamorándose de él. Ese era el resultado deseado por los dioses, el sufrimiento infinito de verse privado del placer de amar.

    Eco, por su parte, también había sido víctima de un conjuro, la esposa de Zeus le había quitado el Don del habla.

    Afrodita, la diosa del amor y de la belleza, se había compadecido de eco y no pudiendo deshacer el hechizo anterior, lo atenuó, permitiéndole hablar pero sólo para repetir lo que otros le dijeran.

    Cuenta la Leyenda que un día Narciso caminaba por la orilla de un río, triste como siempre, sufriendo su pena, y desde detrás de un matorral Eco se enamoró del joven pero no se animó a salir a su paso dado que nada podría decirle salvo que él le hablara primero. Dolorida por su condena, Eco lloró.

    -¿Quién está ahí? -- preguntó Narciso al escuchar el llanto.

    -¿Quién esta ahí? – contesto Eco.

    -Soy yo, Narciso. ¿Y tú quién eres?

    -Soy yo – repitió Eco.

    -Sal a la luz, quiero verte – dijo el joven.

    -Quiero verte – dijo Eco

    -Ven aquí entonces -- demandó Narciso.

    -Ven aquí – repitió Eco --, ven aquí.

    Narciso temió una nueva trampa de los dioses y no se atrevió a internarse en la espesura.

    -¿Tú no entiendes que necesito amar a alguien? – preguntó Narciso.

    -Tú no entiendes – contestó Eco llorando.

    -Si no sales ahora mismo… --exigió Narciso – vete y adiós.

    -Adiós – repitió Eco---, adiós…. Adiós…

    El bello joven se dio cuenta de que el amor por fin llegaba a su corazón. Quizá porque al no ver a su amada no había tenido una imagen con quién compararla; quizá porque su vez sólo le devolvía sus propias palabras… lo cierto es que sin razones para él, Narciso finalmente se había enamorado.



    -Vuelve por favor – gritó. Yo te amo.

    Pero era tarde… la doncella ya no podía escucharlo.

    Narciso se sentó junto al río y lloró.

    Lloró como nunca había llorado, toda esa tarde y también toda esa noche. Tanto lloró Narciso que por la mañana, al salir el sol, su cuerpo se había secado y el joven amaneció transformado en una flor, el narciso, que desde entonces crece en las orillas de los ríos reclinado sobre el agua como llorando sobre su imagen reflejada.

    El mundo externo es una percepción, una abstracción. Yo tengo un registro interno del afuera. Por eso tengo que tratar de entender que el mundo del otro no es el mío, que no hay un mundo que podamos compartir. Podemos hacer un espacio común y transitar por él. El mundo externo es el estímulo y el mundo interno es la percepción, pero yo no tengo trato con el mundo externo.
    Por ejem¬plo, yo te veo y, para mí, tú eres como yo te veo. Ahora, ¿cómo eres tú? Qué sé yo, cómo podría saberlo. Lo único que yo sé de ti es como yo te veo. Del mismo modo, lo que tú sabés de mí es lo que tú ves, no lo que yo soy. Es decir, no hay un mundo externo sobre el cual se pueda referenciar. La mirada de las cosas tiene una cuota de relatividad tan grande que las cosas se interpretan dependiendo de cómo se vean.

    fb_hash17@hotmail.com

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